EPICURO
CARTA A MENECEO
Ni el joven postergue el filosofar ni el anciano se aburra de hacerlo, pues para nadie está fuera de lugar, ni por muy joven ni por muy anciano, el buscar la tranquilidad del alma. Y quien dice: o que no ha llegado el tiempo de filosofar o que ya se ha pasado, es semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad o que ya ha pasado. [...] Busca pues, y practica las cosas que te he aconsejado teniendo por cierto que los principios para vivir en forma honesta son éstos: primero, creer que Dios es un ser viviente, inmortal y bienaventurado, sin darle ningún otro atributo. Existen pues, dioses y su conocimiento es evidente pero no son como los juzga la plebe que de ellos no tiene sino juicios falsos. Por ello es más impío el que cree en los dioses del vulgo que el que los niega. [...]
En segundo lugar, acostúmbrate a considerar que la muerte nada es contra nosotros, porque todo bien y todo mal residen en la sensibilidad, y la muerte no es otra cosa que la pérdida de la sensibilidad misma. Así, el perfecto conocimiento de que la muerte no es contra nosotros hace que disfrutemos de la vida mortal [...] quitándonos el amor a inmortalidad. Nada hay de molesto, pues, en la vida para quien está persuadido de que no hay daño alguno en dejar de vivir. Así, es un tonto quien dice que teme a la muerte, no porque le entristezca su presencia sino porque sabe que ha de venir, pues lo que no nos perturba en el presente, tampoco podrá perturbarnos o dolernos en tanto perspectiva futura. La muerte pues, el más horrendo de los males, en nada nos pertenece, pues mientras nosotros vivimos no ha llegado y cuando llegó ya no vivimos. [...] Por otra parte, muchos huyen de la muerte como del mayor de los males pero la consideran un descanso de los trabajos de esta vida. Por lo cual el sabio ni rechaza vivir ni teme no vivir, pues no está atado a la vida, ni tampoco la considera algo malo. [...]
Se ha de tener en cuenta en tercer lugar, que el futuro ni depende enteramente de nosotros ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperamos como si no hubiera de venir nunca. Hemos de recordar que de nuestros deseos, unos son naturales y otros son vanos. De los naturales, unos son necesarios y otros naturales solamente. De los necesarios algunos lo son para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo y otros para la vida misma. Entre todos ellos, es la reflexión acerca de las consecuencias posibles de nuestros actos la que hace que conozcamos sin error lo que debemos elegir y lo que debemos evitar para la salud del cuerpo y la tranquilidad del alma, pues el fin no es otro que vivir felizmente. Por la felicidad hacemos todo, a fin de que nada pueda dolernos ni perturbarnos [...] y no hay otra cosa, excepto ella, que complete el bien del alma y el cuerpo.
En cuarto lugar necesitamos el placer cuando nos es doloroso no tenerlo pero cuando no nos resulta dolorosa su ausencia ya no lo necesitamos. Por eso decimos que el placer es el principio y el fin del vivir felizmente: éste es el bien primero y principal: de él provienen toda elección y rechazo y consideramos bienes, por regla general, a los que no producen perturbaciones. También por ser el placer el bien primero y principal no elegimos todos los goces, antes bien, dejamos de lado muchos cuando de ellos se han de seguir dolores y llegamos a preferir ciertos dolores cuando de ellos se ha de seguir un placer mayor. Todo deleite es un bien en la medida en que tiene por compañera a la naturaleza, pero no se ha de elegir cualquier goce. También todo dolor es un mal pero no siempre se ha de huir de todos los dolores. Debemos pues, discernir tales cosas, y juzgarlas con respecto a su conveniencia o inconveniencia. [...] Tenemos por un gran bien el contentarnos con lo suficiente, no porque siempre debamos tener poco sino para vivir con poco cuando no tenemos mucho, estimando por muy cierto que disfrutan equilibradamente de la abundancia y la magnificencia los que menos la necesitan y que todo lo que es natural es fácil de conseguir mientras que lo vano es muy difícil de obtener. [...] No son las relaciones sexuales ni el sabor de los manjares de una mesa magnífica los que producen una vida feliz sino un sobrio raciocinio que indaga perfectamente las causas de la elección y rechazo de las cosas, y elimina las opiniones que puedan acarrear perturbaciones. [...] Nadie puede vivir felizmente sin ser prudente, honesto y justo; y por el contrario, siendo prudente, honesto y justo, no podrá dejar de vivir felizmente pues la felicidad es inseparable de las virtudes. Porque, ¿quién crees que pueda superar a aquel que opina santamente acerca de los dioses, no teme a la muerte y reflexiona adecuadamente acerca del fin de la naturaleza, que se propone como bienes cosas fáciles de obtener y que considera a los males de poca duración y molestia, que niega el destino, al que muchos conciben como dueño absoluto de todo, y sólo acepta que tenemos algunas cosas por la fortuna mientras que las otras provienen de nosotros mismos? [...] Estas cosas deberás meditar continuamente, con lo cual nunca padecerás perturbación alguna, sino que vivirás como un dios entre los hombres.
(EPICURO, Carta a Meneceo, en LUCRECIO, De la naturaleza de las cosas, Madrid, Espasa-Calpe, colección Austral, 1969. pp. 316-320. Adaptación de M. Frassineti de Gallo.)