¿Cómo
nació el nombre de “Un Gallo para Esculapio“?
Aquí distintos ensayos sobre la polémica y misteriosa
frase que pronunció Sócrates a su discípulo,
minutos antes de morir...
-
"Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Paga mi
deuda y no la olvides". Ese nosotros es tan enigmático
como el nous, nunca reiterado, ni explicado, de la primera frase
de Madame Bovary de Flaubert. ¿Se está identificando
Sócrates con la humanidad en sentido colectivo para recordarnos
que la muerte es la más completa de las generalizaciones,
que puede interpretarse como la erradicación de la primera
persona del singular? En la muerte, efectivamente, nos convertimos
en "nosotros". Si esta es la intención de la
sintaxis, la modestia demostró ser de corta vista. Sócrates
ha llegado a ser, en la práctica y lógica de Occidente,
sinónimo de "hombre".
George
Steiner. El escándalo de la revelación.
- “Sobre esta deuda
con Esculapio se ha escrito mucho. Pero la alternativa básica
es si se trata de un ironía o tan solo de recordar al
fiel Critón una deuda real, a causa de un determinado
voto en una ocasión anterior desconocida para nosotros.
Sería una ironía si Sócrates tratara de
expresar así su agradecimiento al dios de la salud, al
curador y médico por excelencia, porque "Sócrates
considera la muerte como una curación de todos los males
humanos", como apunta Bluck. Pero a otros, como Wilamowitz,
menos imaginativos, no les complace esta interpretación
y señalan que "ni la vida es una enfermedad ni Esculapio
cura males del alma". Pero se ve mal, si no hay aquí
una ilusión irónica al destino presente de Sócrates,
por qué Platón, a tantos años de distancia
de la muerte del maestro, iba a tener interés de recordar
una frase tan trivial. En todo caso, sí que es intención
platónica destacar cómo, en sus últimos
momentos, el Sócrates al que se condenó por impiedad
se mostraba piadoso con los dioses tradicionales.“
Carlos García Gual
- ¡Cuántas
veces, limpio de mi error de juventud, y bien armado contra
una recaída, no he intentado comprender el mensaje del
filósofo impregnado de cicuta! Claro está, supe
en seguida que no estaba yo solo, que una espesa, una creciente
bibliografía cubre, como las conchas un casco a la deriva,
este "estremo voto di Socrate", esta "Sócrates
debt to asklepios", estas "last words of Socrates",
o "Sokrates si¯ste ord". Nada de lo que he elido
me ha satisfecho nunca. Varios han suprimido la cuestión
admitiendo que Sócrates, al borde del estertor, ha pensado
en muy otra cosa que la escena que acababa de representar: Wilamowitz,
precedido y seguido de un largo cortejo de exegetas, admite
que Sócrates se acuerda de un voto que hizo a Esculapio
por una enfermedad de la que la crónica no conserva rastro
y que olvidó cumplir. Según otros, Sócrates,
altruista hasta el fin, quiere ofrecer ese gallo por la salud
restaurada de una amigo, ¡y qué amigo: el mismísimo
Platón! Otros han pensado que Sócrates se burla
del mundo. Otros más, que Sócrates, para confundir
a quienes lo han acusado de impiedad, se inventa ante la posteridad
una deuda hacia una divinidad a fin de cuentas secundaria. Hay
quien encuentra natural que Sócrates delire cuando el
veneno, después de haber conquistado sus miembros, hace
presa en el cerebro. Un optimista ha admitido que Sócrates
desea sencillamente expresar su reconocimiento al dios que lo
mantuvo tanto tiempo en buena salud. ¿Tiene utilidad
alargar este florilegio de ingeniosidades? Me había resignado
a no comprender.
Georges Dumézil. Debemos un gallo a
Esculapio (Divertimento sobre las últimas palabras de
Sócrates)
- Todo el mundo contuvo
sus lágrimas. Cuando los hombres callan, el silencio
tiene una profunda significación.
El Feos se aproximó al lecho. Presionó los callosos
pies planos de Sócrates. Lo hizo con fuerza, con expertas
manos.
-¿Sientes
esto?
-No respondió el moribundo con serenidad.
-¿Y esto? ñpreguntó el Feo a continuación,
presionando los helados muslos.
-Tampoco.
Pero los brazos todavía se movían. Con un enorme
y doloroso esfuerzo, Sócrates se cubrió el rostro.
Era conveniente hacer aquello en el momento en que la muerte llegaba.
Pero, de pronto, apartó la manta con que había cubierto
su cabeza. Tenía algo más que decir. No podía
dejar de hablar.
-No os olvidéis... de que debemos... un gallo... a
Esculapio...
Con sus últimos suspiros, se oyó algo parecido a
"¡Ofrendadlo!" Pero no fue posible comprenderlo
bien. Había que hacer un sacrificio de acción de
gracias al dios de la salud, por haber librado a otro mortal de
la fiebre que llaman vida. ¡A aquel ídolo ridículo!
Sócrates murió con aquella cortés y levemente
irónica obediencia a la ley en sus labios.
-En cuanto el veneno llegue al corazón , habrá
terminado todo ñaseguró Feo a los amigos.
-¡Sócrates! ¡Sócrates! ¡Sócrates!
-lloró el viejo Critón-. Tal vez tienes algo
más que decirnos. ¡Dinos algo!
No hubo respuesta.
El deforme y desmañado cuerpo se crispó. Después
cayó de espaldas.
Critón se inclinó sobre el cadáver. Cerró
sus ojos. Y tuvo, además que cerrar su boca.
René Kraus. La vida privada y pública
de Sócrates
- Esculapio era el dios
de las curaciones y se le ofrecía ordinariamente un gallo
en gratitud cuando un enfermo se sanaba. Algunos comentaristas
han supuesto, a raíz de esto, que "Sócrates
considera a la muerte como una curación de todos los
males humanos" (Bluck). Pero Wilamowitz (Platón,
t. II, pp. 57-58) dice bien que ni "la vida es una enfermedad,
ni Esculapio cura males del alma". Sobre todo es verdadera
la segunda objeción, ya que es poco probable dado que
Sócrates en sus últimos momentos habla de "implorar
a los dioses" y "abstenerse de palabras no propicias"
que el suyo era un lenguaje metafórico e incluso encomienda
al fiel Critón un sacrificio a un dios cuyo culto era
bien concreto y determinado. Basado en dicha interpretación,
me parece aceptable, la sugerencia de Wilamowitz de que podría
tratarse de un sacrificio debido a la curación de cualquier
pariente o amigo, si no se especifica de quién es porque
no interesa eso para el relato, sino que lo importante es el
escrúpulo religioso de Sócrates de cumplir en
los últimos momentos todas sus obligaciones religiosas.
Conrado Eggers Lan. El Fedón de Platón.
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