Séneca.
Sobre la felicidad.

Capítulo 20

El valor del esfuerzo filosófico
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¿No cumplen los filósofos lo que dicen?. Pero ya hacen mucho con decirlo, con concebir en su pensamiento la virtud. Pues si sus hechos fuesen iguales que sus dichos, ¿quién sería más feliz que ellos?. Por lo pronto, no hay que despreciar las buenas palabras y los corazones de buenos pensamientos. El cultivo de los estudios saludables, aún aparte de su resultado, es loable. ¿Es extraño que no lleguen a la cima los que escalan pendientes escarpadas?. Pero, si eres hombre, admira, aún cuando caigan, a los que se esfuerzan por alcanzar las cosas grandes. Pues es una empresa generosa aspirar a cosas elevadas, intentarlo, sin mirar las propias fuerzas, sino las de su naturaleza, y concebir planes mayores que los que pueden realizar, incluso dotados de un gran espíritu. El que se ha propuesto esto: “ Yo veré a la muerte con la misma cara con que oigo hablar de ella; yo me someteré a los trabajos, por grandes que sean, sosteniendo el cuerpo con el ánimo; yo despreciaré igualmente las riquezas presentes y ausentes, y no estaré más triste si están en otro lugar, ni más animoso si brillan a mi alrededor; yo no seré sensible a la fortuna, ni cuando llegue ni cuando se aparte; yo miraré todas las tierras como mías, las mías como de todos; yo viviré como quien sabe que ha nacido para los demás, y daré gracias por ello a la naturaleza de las cosas: pues: ¿cómo podría arreglar mejor mis asuntos?, me ha dado a mí solo para todos, a todos para mí solo. Cuanto tenga, ni lo guardaré con avaricia ni lo derrocharé pródigamente; nada creeré poseer mejor que lo que haya dado bien; no mediré los beneficios por su número ni por su peso, ni por otra estimación que la del que los reciba. Nunca será para mí mucho lo que reciba un hombre digno. No haré nada por la opinión, todo por la conciencia: creeré que hago a los ojos del pueblo, aún aquello de que yo solo sea testigo. Al comer y al beber, mi fin será satisfacer los deseos naturales, no llenar el vientre y vaciarlo. Afable para mis amigos, cederé antes de que me rueguen y me adelantaré a las peticiones honestas. Sabré que mi patria es el mundo y que los dioses lo presiden, y éstos están por encima de mí y en torno mío, como censores de mis hechos y de mis dichos. Y cuando la naturaleza reclame mi espíritu o mi razón lo despida, me iré con el testimonio de haber amado la conciencia recta y las buenas inclinaciones, sin haber mermado la libertad de nadie, y menos la mía”. El que se proponga, quiera, intente hacer esto, se acercará a los dioses; y aún cuando no lo haya conseguido, ha caído, sin embargo, después de haber osado grandes cosas.

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