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Séneca.
Sobre la felicidad.
Capítulo
19
La envidia, origen de la maledicencia | índice
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Niegan que Diodoro, filósofo epicúreo, que hace pocos días puso fin a
su vida por su propia mano, obrara según los conceptos de Epicuro al cortarse
el cuello: unos quieren ver locura en esa acción suya; otros, irreflexión.
Él, sin embargo, feliz y con la conciencia satisfecha, dio testimonio
de sí al salir de esta vida y elogió la tranquilidad de sus días pasados
en el puerto y anclado, y dijo esto, que habéis oído de mala gana, como
si también vosotros tuvierais que hacerlo: He vivido y he recorrido el
camino que la fortuna me había señalado. Discutís acerca de la vida de
uno, de la muerte de otro, y al oír el nombre de hombres grandes por algún
mérito egregio, ladráis como perrillos al salir al encuentro de personas
desconocidas; pues os conviene que nadie parezca bueno: como si la virtud
ajena fuera el reproche de vuestros delitos. Comparáis envidiosos las
cosas espléndidas con vuestra sordidez, y no comprendéis cuán en detrimento
vuestro es esa osadía. Pues si los que siguen la virtud son avaros, libidinosos
y ambiciosos, ¿qué sois vosotros, que odiáis hasta el nombre mismo de
la virtud?. Negáis que ninguno cumpla con lo que dice, ni viva según el
modelo de sus palabras. ¿Qué hay de extraño en ello, puesto que dicen
cosas enérgicas, grandes, que superan todas las tempestades humanas; puesto
que se esfuerzan por arrancarse de esas cruces en que cada uno de vosotros
hunde sus propios clavos?. Pero los condenados al suplicio están suspendidos
cada uno de un solo poste; los que se atormentan a sí mismos están distendidos
por tantas cruces como deseos; y maledicientes, son ingeniosos para injuriar
a los demás. Creería por eso que están exentos de aquellos males, sino
fuera porque algunos escupen desde el patíbulo a los espectadores.
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