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Séneca.
Sobre la felicidad.
Capítulo
22
El papel de las cosas preferibles | índice
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Pues ¿quién duda que el varón sabio tiene una materia más amplia para
desenvolver su espíritu en medio de las riquezas que en la pob reza?.
En ésta no hay más que un género de virtud, no abatirse ni dejarse deprimir;
en las riquezas, la templanza, la generosidad, el discernimiento, la organización,
la magnificencia tienen campo abierto. No se despreciará el sabio aunque
sea de pequeñísima estatura, pero preferirá ser alto. Y débil de cuerpo
o con un ojo de menos estará bien, aunque prefiera gozar de la robustez
corporal, y esto a sabiendas de que hay en él algo más vigoroso. Soportará
la mala salud, la deseará buena. Pues algunas cosas, aunque tengan poca
importancia para el conjunto y puedan ser sustraídas sin destruir el bien
principal, añaden algo, sin embargo, a la alegría constante que nace de
la virtud. Así las riquezas lo conmueven y alegran como al navegante un
viento propicio y favorable, o un día bueno y un lugar soleado en el frío
del invierno. Y, por otra parte, ¿cuál de los sabios –hablo de los nuestros,
para quienes el único bien es la virtud- niega que también las cosas que
llamamos indiferentes tengan algún valor en sí y sean unas preferibles
a otras?. A algunas de ellas se hace algún honor; a otras, mucho. Y no
hay que engañarse, entre las preferibles están las riquezas. “¿Por qué
entonces, dirás, te burlas de mí, si tienen para ti el mismo lugar que
para mí?”. ¿Quieres saber hasta qué punto no tienen el mismo lugar?. Para
mí las riquezas, si se pierden, no me quitarán más que a sí mismas; tú
te quedarás pasmado, y te parecerá que estás abandonado de ti mismo si
se alejan de ti; en mí las riquezas tienen algún lugar; en ti el más alto;
en suma, las riquezas son mías, tú eres de las riquezas.
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