EPICTETO
ENQUIRIDIÓN O MANUAL

  XXV
 
1 No te ofendas de que sienten a la mesa a otro en mejor lugar que tú, ni de que le saluden primero o se tome su consejo y no el tuyo, porque si estas cosas son buenas, te has de holgar de que le hayan sucedido y si malas, no te debe pesar porque no te sucedan. Además, acuérdate que pues que haces profesión de no hacer nada para obtener las cosas exteriores, que no es maravilla si no las alcanzas y que te prefieran otros que han hecho todos sus esfuerzos para adquirirlas.

2 En efecto, no es justo que el que no se mueve de su casa tenga tanto crédito como aquel que hace visitas todos los días y esta perpetuamente a la puerta de los grandes. No es razón, digo otra vez, que sea tan estimado el que no puede resolverse a alabar a nadie, como el que da excesivas alabanzas por las mínimas acciones. Sería en verdad injusto e insaciable, todo junto, querer tener de balde estos bienes y sin comprarlos al precio que ellos cuestan.

3 Supón, por ejemplo, que se venden lechugas y que valen un dinero; si alguno paga el precio, se las dan, pero si tú no quisieres pagar nada, no las tendrás. Serías por eso de peor calidad que el otro? No, de ninguna manera; porque si aquél tiene lechugas, tú tienes dinero. 

4 Lo mismo es en las cosas de que hablamos. Si no eres convidado al banquete, es porque no has pagado el escote. El que lo da, lo vende por alabanzas, por servicios y por sumisiones. Si tienes gana de ser admitido, resuélvete a comprarlo por el precio que cuesta. Porque pretender estas cosas sin hacer lo que es necesario para alcanzarlas, es ser insaciable y haber perdido el sentido.

5 Crees también que si pierdes esta cena no tienes nada en recompensa? ¡Oh!, tienes algo mucho más excelente; no has alabado al que no querías alabar; no has sufrido la insolencia y el soberbio modo con que trata a los que vienen a su mesa. Ésta es la ganancia que has hecho. 

XXVI

Por la opinión que tenemos de las cosas que nos tocan podemos conocer lo que desea la naturaleza. Cuando el criado de tu vecino rompe un vidrio decimos luego que aquello sucede ordinariamente. Conviene comportarse de la misma manera cuando te rompa el tuyo, y quedar tan mesurado como cuando se rompió el de tu vecino. Aplica esto también a las cosas mayores. Cuando el hijo o la mujer del vecino se mueren, no hay quien no diga que eso es natural; pero cuando nos sucede tal accidente nos desesperamos y gritamos diciendo: "!Ah! ¡Cuán desdichado soy! ¡Ah! ¡Cuán miserable!" Pero deberás acordarte en este suceso lo que sientes cuando a otro le acontece la misma cosa.

XXVII

La naturaleza del mal está en el mundo como un blanco puesto para adiestrarnos y no para hacernos errar. 

XXVIII

Si alguno entregase su cuerpo al primero que encontrase para hacer de él lo que quisiese, seguro estoy de que no lo tendrías por bueno y que te enojarías. Y, no obstante, no tienes vergüenza de exponer tu alma al capricho de todo el mundo; porque luego que te dicen alguna injuria te turbas y dejas llevar del sentimiento de la cólera.

XXIX

1. No emprendas, pues, nada sin considerar antes lo que ha de seguirse a tu empresa, y si obras de otra manera podrá ser que tu designio te salga bien al principio y tengas placer; pero ten por seguro que después te avergonzarás y que te arrepentirás pronto o tarde.

2. Sin duda te holgarías de ganar la victoria en los juegos olímpicos. Asegúrate que yo tendría tanta gana como tú, porque no te puedo negar que es bella cosa. Mas si tienes este designio has de considerar lo que precede y lo que se sigue a tal empresa. Hecha esta reflexión, observarás lo siguiente: acostúmbrate a guardar buen orden; a no comer sino por necesidad, a abstenerte de toda suerte de viandas apetitosas; a no beber jamás frío, sin que nada sea capaz de estorbártelo; finalmente, te has de sujetar al maestro de armas como a un médico; después entrarás en la tela o en el palenque. Pero te conviene resolverte a cuanto te pudiere suceder; tal vez a herirte las manos y los pies, y tal vez a ser azotado, y después de todos estos trabajos estás también en riesgo de ser vencido.

3. Pero si nada de esto te hacer mudar de propósito y quedas en tu primera resolución, entonces podrás emprender el combate de la lucha. Porque si haces de otra suerte te sucederá como a los niños que imitan a los gladiadores, los luchadores, los flauteros, los trompetas, y que asimismo representan tragedias haciendo toda suerte de oficios, sin ser capaces de ninguno. Imitarás, como mona, todo lo que vieres hacer a otros, y dejarás ligeramente una cosa para comenzar otra. Quieres saber la causa? Es que emprendes sin premeditación, que te dejas llevar temerariamente y que sólo sigues tu primer movimiento y tu capricho.

4. Haces como los que tienen gana de ser filósofos, cuando oyen decir a alguno: "Oh que bien ha hablado Eufrates! ¡Quien pudiera hacer un razonamiento tan alto y de tanta fuerza como el!"

5. ¡Oh, hombre, quienquiera que seas! Si quieres salir con tus designios, considera primeramente lo que deseas hacer, y mira si lo que emprendes es conforme a tu naturaleza, y si ella podrá resistir. Si tienes gana de ser luchador, advierte si tus brazos son harto fuertes, si tus muslos y tus lomos son propios para ello, porque los unos nacieron para una cosa y los otros para otra.

6. Cuando hayas comprendido la filosofía, si pensases beber y comer, y hacer el melindroso como antes, te engañarás mucho. Es menester resolverse a trabajar, a dejar los amigos, a ser tal vez despreciado de un criado y a ver a otros más honrados y acreditados que tú para con los grandes, los magistrados y los jueces en cualquier negocio que pueda ofrecerse.

7. Medita, pues, sobre todas estas dificultades, y considera si no prefieres poseer la tranquilidad del espíritu, la libertad y la constancia. Porque si no haces esta reflexión, advierte que (al ejemplo de los niños de que te he hablado) no seas ahora filósofo, poco después bandolero, luego orador, y, últimamente, procurador del César. Créeme: nada de esto conviene lo uno con lo otro. Considera que sólo eres un hombre y que es necesario que seas eternamente bueno o constantemente malo, que te apliques solamente a perfeccionar el espíritu y la razón o que te dediques a las cosas exteriores y que te pierdas absolutamente, porque es imposible hacer lo uno y lo otro juntamente. Es decir, que es necesario tengas el estado de filósofo o de hombre de común calidad de los del menudo pueblo. 

   
   
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