|
Séneca.
Sobre la felicidad.
Capítulo
13
El verdadero sentido de
la doctrina de Epicuro | índice
| anterior | siguiente
Yo mismo soy de la opinión (lo diré a pesar de nuestros partidarios) de
que los preceptos de Epicuro son venerables, rectos y, si los miras más
de cerca, tristes: pues reduce el placer a algo escaso y mezquino, y la
ley que nosotros asignamos a la virtud, él la asigna al placer: le ordena
obedecer la ley de la naturaleza; pero es poco para la sensualidad lo
que para la naturaleza es bastante. Pero ¿qué ocurre?. Aquél que llama
felicidad al ocio perezoso y a los goces alternativos de la gula y la
lujuria, busca un buen apoyo para una mala causa; y mientras viene, inducido
por aquel nombre seductor, sigue el placer, no el que le enseñan, sino
el que trajo consigo; y una vez que empieza a juzgar sus vicios semejantes
a los preceptos, cede a ellos, pero no ya con timidez y escondidas: se
entrega a la sensualidad abiertamente, descaradamente. Por esto no diré,
como la mayoría de los nuestros, que la escuela de Epicuro es maestra
de infamias, sino que digo: tiene mala reputación, tiene mala fama, y
no la merece. ¿Quién puede saberlo si no ha sido admitido en su interior?.
Su misma fachada da lugar a las hablillas y suscita malsanas esperanzas.
Es como un hombre enérgico vestido de mujer. Tu pudor es constante, tu
virilidad está intacta, tu cuerpo no cede a ninguna debilidad vergonzosa,
pero tienes en la mano un tambor. Elíjase pues, un título honroso y una
muestra que incite por sí misma al alma a rechazar los vicios que la enervan
en cuanto llegan. El que se acerca a la virtud, da pruebas de un carácter
noble; el que sigue al placer parece débil, quebrantado, menos hombre,
propenso a caer en torpezas, a no ser que alguien le haya distinguido
los placeres, para que sepa cuáles de ellos están dentro del deseo natural,
cuáles llevan al abismo y son ilimitados, y cuanto más se los satisface,
más insaciables. Que la virtud vaya, pues, delante: siguiendo sus huellas,
siempre estaremos en seguro: y el placer excesivo daña; en la virtud no
hay que temer que haya exceso, porque en ella misma está la mesura; no
es bueno lo que padece por su propia magnitud.
índice | anterior
| siguiente | e-mail
|