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Séneca.
Sobre la felicidad.
Capítulo
8
Vivir según la naturaleza | índice
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¿Qué importa que el placer se dé tanto entre los buenos como entre los
malos y no deleite menos entre los buenos como entre los malos y no deleite
menos a los infames su deshonra que a los virtuosos su mérito?. Por esto
los antiguos recomendaron seguir la vida mejor, no la más agradable, de
modo que el placer no sea el guía, sino el compañero de la voluntad recta
y buena. Pues es la naturaleza quien tiene que guiarnos; la razón la observa
y la consulta. Es lo mismo, por tanto, vivir felizmente o según la naturaleza.
Voy a explicar qué quiere decir esto: si conservamos con cuidado y sin
temor nuestras dotes corporales y nuestras aptitudes naturales, como bienes
fugaces y dados para un día, si no sufrimos su servidumbre y no nos dominan
las cosas externas; si los placeres fortuitos del cuerpo tienen para nosotros
el mismo puesto que en campaña los auxiliares y las tropas ligeras (tienen
que servir, no mandar), sólo así son útiles para el alma. Que el hombre
no se deje corromper ni dominar por las cosas exteriores y sólo se admire
a sí mismo, que confíe en su ánimo y esté preparado a cualquier fortuna,
que sea artífice de su vida. Que su confianza no carezca de ciencia, ni
su ciencia de constancia; que sus decisiones sean para siempre y sus decretos
no tengan ninguna enmienda. Se comprende, sin que necesite añadirlo, que
un hombre tal será sereno y ordenado, y hará todo con grandeza y afabilidad.
La verdadera razón estará inserta en los sentidos y tomará allí su punto
de partida; pues no tiene otra cosa donde apoyarse para lanzarse hacia
la verdad y volver a sí misma. Y también el mundo que abarca todas las
cosas, Dios rector del universo, tiende hacia las cosas exteriores, pero
sin embargo vuelve a sí totalmente de todas partes. Que nuestra mente
haga lo mismo; cuando se ha seguido a sus sentidos y se ha extendido por
medio de ellos hasta las cosas exteriores, sea dueña de éstas y de sí
misma. De este modo resultará una unidad de fuerza y de potencia, de acuerdo
consigo misma; y nacerá esa razón segura, sin discrepancia ni vacilación
en sus opiniones y comprensiones, ni en su convicción. La cual, cuando
se ha ordenado y se ha acordado y, por decirlo así, armonizado en sus
partes, ha alcanzado el sumo bien. Pues nada malo ni inseguro subsiste;
nada en que pueda tropezar o resbalar. Lo hará todo por su propia autoridad,
y nada imprevisto le ocurrirá, sino que todo lo que haga resultará bien,
fácil y diestramente, sin rodeos al obrar; pues la pereza y vacilación
acusan lucha e inconstancia. Por tanto, puedes declarar resueltamente
que el sumo bien es la concordia del alma; pues las virtudes deberán estar
allí donde estén la armonía y la unidad; son los vicios los que discrepan.
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